Un Javier Milei desbocado –más que de costumbre– utilizó anoche la palabra «morbo» para referirse a las elecciones internas del Partido Justicialista. Fue en el instante previo a dejar una de las frases más agresivas en su ya extenso repertorio en materia de violencia verbal. «Me gustaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina adentro», largó el libertario, fiel a su tono soez y provocador. Una frase cuanto menos desafortunada para un jefe de Estado y que revolvió parte del pasado reciente: a la exvicepresidenta le dispararon hace poco más de dos años a pocos centímetros de su cara, en un intento de magnicidio cuyos autores materiales están enfrentado un juicio oral y quienes en más de una oportunidad reconocieron, precisamente, haber actuado impulsados por discursos de odio, además de congeniar con algunas ideas como las que propaga el propio Presidente.
Lo primero fue un ataque brutal al exministro de Salud Ginés González García, fallecido apenas 24 horas antes. Durante una charla sobre tecnología, Milei lo calificó de «hijo de p…» por su gestión durante la pandemia.
Una declaración no solo impensable por el contexto de luto, sino abiertamente cruel y provocadora.
Como si esto no fuera suficiente, el domingo por la noche, en una entrevista con uno de los periodistas partidarios, casi un fan, llamado Franco Mercurial de la señal de noticias del diario Clarín, TN, redobló la apuesta.
Declaró, con su habitual grandilocuencia, que él quería ser «el que ponga el último clavo en el cajón del kirchnerismo, con Cristina Fernández de Kirchner adentro». Un deseo de muerte formulado con la frialdad de quien se jacta de su poder destructivo, obviando que hace 2 años hubo un intento fáctico de matar a la ex presidenta, que aún debe ser juzgado.
Porque, lo que Milei dijo no es solo censurable desde el punto de vista moral o ético; lo es también desde lo legal.
El Código Penal argentino prevé sanciones para aquellos que incurren en insultos y amenazas, más aún cuando estas tienen un claro trasfondo político y son proferidas desde la más alta investidura del poder.
El presidente ha cruzado una línea roja al desear públicamente la muerte de una figura política de la magnitud de Cristina Fernández de Kirchner, y no basta con lamentar su comportamiento desde las redes sociales o las tribunas partidarias.
Es hora de que los legisladores, tanto diputados como senadores, dejen de ser simples espectadores y accionen, de una vez por todas, desde el Congreso.